Monday, January 14, 2008

Noche Atómica o De cómo le alojé el móvil a una tía en el útero y no me di cuenta.






Sábado noche, Murcia.




Gran parte de la plantilla mandarina anda desatada por las frías calles de la capital del Segura. La velada no promete demasiado. Tras una tarde de copas, y una cena aderezada con botelleo en casa del amigo Emilio, poco más podíamos añadir a la noche, máxime cuando tras la discusión clásica de dónde vamos, decidimos quedar en ese bar donde, al parecer, yo mismo trabajo y no lo sé: "La Cosechera".

Tras las copas de rigor, sugiero la idea de cambiar de local. Algo menos estirado, algo más viejuno, no sé, algo... Así propongo "Atomic", local de gente rara , mojitronkis y piernas locas: todo un reto para muchos mandarinos que consumen sus noches y su vida en el otrora llamado "Archi".
Nos adelantamos Narros, Petoti y yo. No hay mucha gente, no está la cosa muy animada.


-¿Qué os parece? Mola ¿no?-

Miradas complices , respuestas comprometidas de ambos.

-Sí, sí, es diferente pero... esto está lleno de suaves...-

Resignado, y preparando los 8 euros de la entrada al "Dance", recojo mi chaqueta y me dirijo a la salida pensando precisamente en qué estaba pensando. Y así, cuando el árbitro estaba a punto de pitar el final de este corto partido, surgió la magia de esos días en los que uno vuelve a casa casi con lágrimas en los ojos.

Camino a la puerta un tema de Juan Antonio Canta premoniza lo que va pasar. EL estribillo pegadizo y bailongo arranca los primeros pasos de Narros y todos tarareamos a coro: "¡Qué bonito, qué bonito, me siento un huevo frito!" De repente aparece el resto de la plantilla con alguno más. No preguntan, no objetan, no protestan. Directos a la barra empieza el festival etílico. Jorge se sienta en una mesa con una gente y parece que lleva media vida en ese local. De pronto la comunión es total. Y fue entonces cuando el delirió llegó al escenario del bermejo local murciano. Todos como locas, subimos a la palestra para ofrecer el mayor duelo de bailes que haya visto la madrugada huertana. Todos, sin excepción, fuimos subiendo para realizar comprometidos pasos y acrobacias increibles a ritmo de la mejor músia pachanguera y berbenera que todos buscábamos hacía tiempo por otros bares de la zona. ¿Acaso no recuerdan el momento de "Tu vuoi far' l'americano, americano, americano... ma sei nato in Italy..." que nos llevó a echar chispas de nuestros zapatos gastados por el hastío y la rutina? Mención especial al chulazo de Petoti, quien dejó las cosas en su sitio, al incansable Narros que tuvo que comprarse otro calzado el lunes, y a Dofo quien como buen negroide movió su cintura hasta la extenuación.

No sé cuánto tiempo allí estuvimos, pero sé que nos fuimos al cierre y después de una anécdota que sirvió de colosal guinda. Lenti cuenta que su móvil desapareció de su mano para alojarse en el trasero bolsillo de una hembra que vestía una prenda de alguna talla menor de la que debía usar. No quiero ni siquiera imaginar lo que hiciste con el teléfono, pero tranquilo, me da igual, no pienso preguntar. Tras recuperar el móvil y charlar con la raptora (piropos:-Túúúú estás buena-. Respuesta: -qué cabrones que sois-) fuimos como tres mosqueteros a la puerta para disfrutar de los últimos coletazos de la noche, mientras veíamos a Lenty vomitar, yo le cantaba la canción de La llama que Llama se llama, y Narros grababa documentos sonoros de los que no quiero ni oir hablar.



Una gran noche. Una noche atómica.


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